Capítulo 33 - Parte 1 - Jesús multiplica los panes y los peces | Jesús
En medio del desierto Jesús calma el hambre de sus cientos de seguidores multiplicando el pan y los peces.
En este capítulo de Jesús, Déborah se lamenta haberse entregado a Cayo, pues se dio cuenta que él fue uno de los romanos que atacó a los judíos en la horrible masacre por el corbán.
La mamá de Déborah se dirige al lugar de la matanza para ayudar con la limpieza de la sangre, pero ya han terminado con las labores. Ella conversa con un sumo sacerdote y este le dice que esa labor apenas comienza, pues deben limpiar los pecados del pueblo a través del sacrificio de algunos animales.
Jesús camina con sus discípulos y sus seguidores por el desierto. Él les dice: “hace tres días estas personas permanecen sin tener qué comer, deben alimentarse”
“¿Quiere que los dispersemos, Señor?”, pregunta uno de sus discípulos.
“Si haces eso, se desmayarán de hambre en el desierto, algunos vienen desde lejos”, replicó Jesús.
“Estamos en el desierto Señor, ¿quién podría tener pan para esa gente?”, respondió el joven.
En ese momento, Felipe le entrega siete panes a Jesús. De inmediato, él los alza con sus brazos hacia el cielo y pronuncia estas palabras: “Padre, muchas gracias por este alimento. Amén”
Enseguida les pide a sus discípulos que repartan el alimento entre los hambrientos.
Una mujer se acerca con un canasto que contiene pocos peces, entonces Jesús hace el mismo gesto y multiplica los peces. La mujer corre y reparte el alimento entre esas personas.
Todos satisfechos agradecen a Jesús por haberles saciado su hambre.
Por otra parte, Salomé se queja del encierro en el que la mantiene su madre Herodías. La mujer le dice que su intención es protegerla y que esperan volver a Tiberiades cuanto antes. La mujer le deja claro que en cuanto los ataques rebeldes terminen, regresarán a esa región.
Petronio le da la mala noticia a Poncio que los ataques rebeldes aumentan, él le reclama por los soldados que están en todas partes, él le responde que no es fácil localizarlos ya que cuentan con la protección del pueblo.
Gestas y Dimas se encuentran con su madre y le reprochan el haberlos dejado abandonados. También se burlan del oficio de la mujer de vender cestos, a lo que ella contesta que es preferible vender esos objetos que robar.
Gestas se ofende y avergüenza a su madre en pleno mercado, le grita que es una prostituta queriendo jugar a la familia feliz. El hombre es callado por unos soldados que portan espadas y de la nada aparecen más hombres armados con palos para atacar a los uniformados.