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El hijo varón que Onofre siempre quiso tener: altivo, fiel compañero. Aunque su padre es el ser a quien más ama y admira. Arturo se cansa de la pobreza y del duro trabajo que implica cultivar la tierra y empieza a anhelar una vida lejos del campo.
Su ambición lo conduce casi siempre a caminos en los que la plata se gana fácil. Primero prueba con el transporte de contrabando, y más adelante, también con el robo de ganado, algo que le acarrea problemas a toda la familia.
Leandro lo pinta irónicamente como el rey que nunca fue en “La diosa coronada”. Sus incursiones en el crimen se dan gracias a su relación con Gerardo, un tipo sin escrúpulos que le enseña a delinquir.
El odio que le cimentó su padre por Leandro crece durante esta etapa, pues ve con amargura que su hermano consigue cosas que él no.