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Isabel creció feliz en un pueblo lejos de cualquier ciudad. Maria, su mamá, aprendió de sus errores de juventud y la educó con diálogo, mucho amor y, sobre todo, con una consciencia de la realidad que, para una niña de apenas 8 años, es sorprendente.
Isabel sabe que vive en un país complicado, que el dinero está en pocas manos y que el poco que le toca a su madre cada mes apenas alcanza para lo necesario. Es una niña que ha crecido en la necesidad pero que no desea terca o ambiciosamente lo que no tiene y aprecia lo poco que tiene.
No es que haya sido educada para ser conforme sino que su madre le inculcó que la vida es suficientemente difícil como para andarse quejando, y también, que si quiere cambiarla, es sin quejarse, solo estudiando y preparándose para ser mejor, mucho mejor que ella.