Estas son las razones por las que no debes gritar a tus hijos ¿Cómo evitarlo?
La educación sin gritos fortalece vínculos familiares y promueve el desarrollo socioafectivo saludable de los niños.
Los gritos son una forma de violencia verbal hacia las niñas y los niños que genera efectos negativos en su desarrollo socioafectivo. La escena quizá te parezca familiar: has repetido la misma orden varias veces, tu paciencia está llegando a su límite y sientes que tus hijos no atienden a tus indicaciones.
Te sales de casillas y profieres uno o varios gritos. Tus hijos detienen el comportamiento que te sacó de quicio. Lograste llamar su atención. O, al menos, eso crees. ¿En realidad conseguiste cambiar una conducta subiendo el tono de la voz? ¿Pudiste generar un buen hábito a punta de alaridos? Si lo piensas bien, lo más probable es que te descubras gritando a tus hijos una y otra vez por el mismo motivo, incluso, cada vez más fuerte.
La razón es muy simple: los gritos no educan y, por el contrario, deterioran los vínculos entre padres e hijos y generan consecuencias negativas en el desarrollo socioafectivo de las niñas y niños.
Entonces, ¿por qué gritamos? "Lo primero que debemos comprender es que no son las niñas y los niños quienes nos hacen gritar. La culpa no es de ellos. Somos los adultos quienes no sabemos regular nuestras emociones de ira, irritación, angustia o frustración y entonces, nos salimos de control", afirma Liliana Orjuela López, psicóloga clínica y referente técnica de prevención de violencia intrafamiliar del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF).
"El grito implica un abuso de poder que descalifica a los niños, los intimida, los humilla y les genera sentimientos de inferioridad y culpa". No obstante, más allá de ser una forma reactiva a la que recurren inapropiadamente los adultos para canalizar sus emociones, los gritos constituyen una forma de violencia verbal hacia niñas y niños que genera profundos efectos negativos.
Entre las razones por las que no debes gritar a tus hijos se encuentran
1. Los gritos no generan respeto: ante un grito, las niñas y los niños frenan momentáneamente sus comportamientos, pero lo hacen por temor y no por comprender la necesidad de cumplir normas y límites. Esto promueve una crianza autoritaria basada en el miedo en lugar del amor y el respeto.
2. Los gritos lesionan la autoestima y la confianza: gritar implica un abuso de poder que descalifica, intimida y humilla a los niños, generando sentimientos de inferioridad y culpa. Además, mina la confianza de los niños en sus padres y cuidadores, percibiéndolos como figuras distantes e incapaces de comprenderlos.
3. Los gritos reproducen la violencia: cuando los niños son criados en un ambiente donde el grito es constante, aprenden que esa es la forma correcta de resolver conflictos. Esto puede llevar al desarrollo de conductas agresivas y desafiantes, así como dificultades en la interacción social.
4. Los gritos no permiten la reflexión: aunque un grito puede captar la atención de un niño, no es efectivo para lograr que reflexione sobre su comportamiento o entienda la importancia de cumplir normas. Los gritos generan malestar emocional y no permiten pensar con claridad ni buscar soluciones a los problemas.
5. Los gritos generan una interpretación errónea de los límites: cuando los gritos se convierten en la norma, los niños entienden que ese es el límite hasta donde pueden llevar la paciencia de los adultos. Esto dificulta que comprendan las normas y límites de forma adecuada, creando una dependencia del grito como indicador de obediencia.
Es posible educar sin recurrir a los gritos. Algunas estrategias para evitarlos incluyen:
- Respirar y recuperar la calma antes de actuar o tomar decisiones.
- Identificar y regular las emociones sin agredir a otros.
- Reflexionar sobre las razones del malestar y considerar si la situación es realmente grave.
- Dialogar con el niño sobre lo sucedido, escuchando atentamente sus razones y siendo empático.
- Buscar soluciones conjuntas mediante acuerdos dialogados y recordando responsabilidades y expectativas.