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Trabaja como defensor de familia en el instituto que protege los derechos de los niños; es el abogado encargado de acompañar los procesos de adopción.
Es humano y comprensivo en su trabajo; muchas veces se deja llevar por el corazón y se extralimita en sus funciones, porque él no ve casos sino personas y porque tiene una gran sensibilidad que le permite conectarse con los dramas de aquellos que luchan contra todo tipo de limitaciones para sacar adelante a sus seres queridos.
No tiene hijos, ni está casado, en parte porque su trabajo es su vida y su familia son los niños a los que les busca hogar; ellos y su abuela Carmenza, la mujer que lo crio cuando quedó huérfano a temprana edad y que ahora, desde el geriátrico en el que pasa sus últimos días, sigue siendo su voz de la conciencia.