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Su convivencia con sicarios y la cercanía con la crudeza de la guerra empiezan a desestabilizarlo. La cabeza de Yéison se torna frágil y la única manera de huir a los momentos de debilidad es consumiendo drogas.
Yéison asumirá que su salud mental está en quiebre y que necesita ayuda. En ese momento, Raúl será su apoyo, la mano que se extenderá para que el agente se libere de las culpas y los temores que gracias a sus infiltraciones carga encima.